Michael Bryce (Ryan Reynolds) es un agente de seguridad de primera categoría, hasta que un rico traficante de armas es ejecutado bajo su tutela. Pronto lo vemos escoltando a un corrupto de poca monta. Mientras tanto, en La Haya se desarrolla un juicio contra Vladislav Dukovich (Gary Oldman), un sangriento tirano de Bielorrusia. Su condena depende del testimonio de Darius Kincaid (Samuel L. Jackson), un asesino a sueldo apresado por las autoridades británicas.La misión de llevarlo con vida al estrado termina recayendo en el desafortunado guardaespaldas.

La película invoca el espíritu de la clásica “comedia de compadres”. La dinámica depende del choque de dos sujetos con personalidades opuestas, forzados a convivir en una odisea  ineludible. Uno debe ser recto y severo. Es el “straight man” contra el cual choca y contrasta un alocado agente del caos. El recién desaparecido Jerry Lewis protagonizó muchas películas de ese formato con Dean Martin. Eddie Murphy y Nick Nolte marcaron los 80 con 48 Hours. Y las fórmulas que funcionan nunca mueren.

Los protagonistas de “Duro de cuidar” establecen una especie de juego de relevos, turnándose de una escena a otra quién es el pesado y quién es el desquiciado. Nada descabellado al unir a estos actores. Ryan Reynolds está en un buen momento de su carrera, después del éxito de Deadpool se une a Samuel L. Jackson es ya una institución, un viejo estadista del “cool”. Reynolds es recesivo, de carácter pasivo-agresivo, mientras Jackson en comparación, es efusivo, como si el cuerpo apenas pudiera contener su efervescencia.

Serían los acompañantes ideales para un buen relato picaresco. Pero está película no les da material digno de sus talentos.

Duro de cuidar adopta el genérico estilo policíaco.Los personajes deben moverse de un punto A a un punto B, perseguidos por incontables mercenarios. Cada encuentro es una oportunidad para ejecutar caóticas escenas de acción filmadas y editadas sin cuidado. La violencia es gráfica y sangrienta, contrastando negativamente con la pretendida ligereza del tono cómico.

Para rematar mientras más frenético es el movimiento, más aburrida es la acción. Simplemente el espectador espera que el caos termine, para así tomar un poco oxígeno que hay en las escenas de conversación donde las estrellas infunden vida a
sus personajes en cada línea de diálogo pero ese oxígeno no llega.

Una película para ver y olvidar al salir de la sala.

Hasta la próxima reseña.


 

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