Por: Ever Olea Gandarillas

Presidente de Diálogos por Guerrero.

En este mes hace exactamente dos años, tomé una de las decisiones más importantes de mi vida: INGRESAR A LA POLÍTICA. Estaba consciente de cuáles eran las consecuencias, incluso hasta en mi propio hogar he llegado a recibir rechazo, pero más que rechazo, preocupación por parte de mis padres, por saber que hoy en día la política ha dejado de considerarse para muchos el medio para poder hacer el bien a los demás, y ahora es un medio para enriquecerse. Esto conlleva peligros. Encontrarte con hombres y mujeres dispuestos a todo con tal de obtener una pizca de poder. Temían que me pervirtiera en un círculo obscuro. En parte puede que tengan razón, ¿a cuantas personas no hemos conocido que el poder los cambió completamente? Y es que el poder y el dinero son cosas muy tentativas, que a cualquiera pueden hacer caer. Y un chico como yo, que viene de un barrio y familia humilde, puede que eso sea todo lo que añore. Pero estoy convencido que si basas tu vida en eso, únicamente te deja un profundo vacío, y te da una FALSA FELICIDAD.

A partir de ese momento ante muchas personas perdí todas mis cualidades. Para algunos dejé de ser un joven con potencial, para pasar a llamarme un corrupto; para otros pasé de ser un joven que confiaba en el esfuerzo como medio de superación, para pasar a ser un lame botas. No los juzgo, hoy en día nadie cree en los políticos, y todas esas etiquetas han pasado a ser un sinónimo de tan importante oficio.

Tal vez yo aún no sea un político, soy un humilde aspirante, sin embargo, asumo con total responsabilidad la percepción que tiene la población hacia los políticos y nosotros los aspirantes. Sí, nos odian, no quieren saber nada de nosotros, les parecemos la peor escoria del mundo. El diagnostico no es equivocado, tampoco las razones por las que lo hacen. Creo que hoy en día, si quieres ser político, uno de los requisitos debe ser el ganarte el odio de la gente. Es una lástima que nuestros representantes no hagan caso al gran malestar que sienten los ciudadanos, adoptando una actitud arrogante y prepotente, que únicamente los hace alejarse de la ciudadanía en vez de acercarlos. No resulta una sorpresa el odiarlos, sino más bien, el desdén con el que ellos asumen esa responsabilidad de preocuparse por esta situación que no es normal. Para algunos, sí es preocupante, a otros no les importa. Tienen la creencia de que los ciudadanos solo los necesitan en tiempos electorales, y la opinión pública no significa nada para su grupo. Ellos tienen la culpa, al construir ese mundo de privilegios que en lugar de representar, insulta a la población.

Los políticos están acostumbrados a que los traten de una forma diferente. Se ha creado una acepción equivocada del poder, de que al “poderoso” se le debe tratar con deferencia, trato que no merecen. ¿Será que en nuestro país a la corrupción se le considere una prerrogativa y a los corruptos los tratemos de una manera privilegiada en aras de que suelten alguna dádiva? El problema es que ya se acostumbraron a que se les trate mejor y han distorsionado la verdadera función del servicio público. Ellos piensan que su tiempo es más valioso, que su presencia es más grata e importante que el de los demás. Como dicen por ahí: “si quieres ser importante, entonces siempre busca que te ubiquen en las tres primeras filas del evento del Gobernador o del Presidente, sino, eres uno más”.

Eso es lo que pasa dentro del círculo político, pero existe otra realidad fuera de ella. En esta segunda realidad, a los políticos nos tratan con odio, con desdén y rencor, y es algo que se nos hemos ganado a costa de la gente. Hoy, admiran a personas que se han ganado su respeto: artistas, deportistas y hasta narcotraficantes. A las personas que se dedican a adular a los políticos no les queda de otra, y al resto no les queda más que odiarlos.

¿Podemos los jóvenes revertir esta situación? ¿Es fácil? No, para poder lograrlo se necesita hacer una acción contraria: ABANDONAR LOS PRIVILEGIOS. Por vocación democrática o por instinto de supervivencia construir una agenda que nos lleve a ras de suelo. Frente a la dimensión de la incertidumbre, desde nuestros puestos trabajar por acciones que nos lleven a crear un bien común.

En el último mensaje del Presidente Enrique Peña Nieto, al final dijo: “Y aquí es donde les pregunto, ¿qué hubieran hecho ustedes?” Señor Presidente, yo le respondo:

1. Establecer salarios máximos para funcionarios públicos, que no sean exorbitantes

2.- Acabar con las residencias oficiales

3. Publicación de agendas públicas

4. Contratos electorales

5. Revocación de mandato

6. Pagar nuestros gastos con NUESTRO DINERO, no cargarlo al erario

7. Abandonar los “bonos”

Son propuestas tan sencillas pero para algunos políticos tan difíciles de cumplir o aceptar. Nos odian, es cierto, pero en parte me siento aliviado de no haber formado parte de esa generación política que se dedicó únicamente a desprestigiar el servicio público. Nuestra generación no puede seguir construyendo un país donde la relación del político y la ciudadanía sea vertical, prepotente, y que esto sea un modelo a seguir. Y los que hoy ejercen el servicio público desde un puesto, no pueden seguir permitiendo que su acercamiento a la ciudadanía sea en SUBURBANS BLINDADAS CON DIEZ ESCOLTAS RODEÁNDOLOS, que su interacción con ellos sea porque les están estorbando el paso o la banqueta, o porque el hijo del Diputado o Senador piensa que no lo trataron de la manera en que debían y ordena mandar a cerrar el establecimiento, que su encuentro con ellos sea desde una ventana polarizada. Aquí ya es responsabilidad de todos acercarnos a la ciudadanía, y para poder dar el primer paso se debe ejercer la siguiente acción: abandonar la burbuja de privilegios que envuelve al político.

En el 2018 será la oportunidad para muchos de demostrar lo que en verdad profanan, será la oportunidad para muchos de empezar a trabajar para poder recuperar la dignidad. Y a los jóvenes que piensan que tienen la vida resuelta por ser hijos o sobrinos de fulano de tal, les digo de una vez: aquí ya no tendrán cabida, el servicio público debe ejercerse por vocación, y no por ambición.

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